jueves, octubre 27, 2005

Libros

Al menos que yo sepa, nada hay que se pueda llevar a la muerte consigo. Ni siquiera ese pobre yo al cual uno ha dedicado casi toda una vida para erigir sobre la arena. Si pudiera quebrantar esa ley dejaría con gusto que todo se consumiera en el lerdo fuego del tiempo. Menos mis libros. Más allá de mí, entonces, por encima de una memoria que nunca hace justicia al ausente, mi biblioteca hablaría en silencio de aquel que una vez fui. Pero eso sí: sin cometer el error (sin una vez más incurrir en ese error demasiado humano) de ser nombrado.
A.