domingo, marzo 19, 2006

Narciso

Tan inmensa era la amistad que nos reflejaba que una tarde nos propusimos compartirla. Nuestra mesa en el bar reservó desde entonces una nueva silla y agregó a nuestra cuenta creciente otro vaso que no se vaciaba nunca. Poco nos preocupaba que nadie llegara hasta la hora de marcharnos. Porque no era precisamente la generosidad lo que nos hacía falta.
Hasta que un día se arrimó a nuestra mesa una señorita mezquina. A ninguno quitó nada menos que al otro. Ella bebió por igual de mi vaso como del vaso de mi compañero. De tal modo que a la hora de la cuenta quisimos ambos demostrar la solicitud que a cada uno distinguía. Y al mismo tiempo nos apuramos a asumir la parte de la cuenta que no era la que le correspondía.
No puedo asegurar que haya sido él o yo quien reprochó primero. Lo cierto es que luego de un áspero desacuerdo nos juramos una vasta enemistad. Por eso, en el rincón opuesto frente al espejo se sienta ahora alguien que, lo mismo que yo, reserva una silla en blanco. E indica al otro mozo del bar que le acerque lo de todas las tardes. A cuenta de cada cual quedará para siempre otro vaso que quizá no se vacíe nunca. Incluso es probable que sea el otro y no yo mismo quien ubique el punto al final de esta palabra.

¿Quién fabricó este cuento, Dani? ¿Vos? ¿Yo?

A.